Hay instructores que enseñan ejercicios, y luego está ella: una guía que transforma cada clase en una experiencia única y sanadora. Quienes asisten con regularidad a sus sesiones de pilates lo saben bien: nunca hay una clase igual a la anterior. Y eso no es casualidad.
Cada encuentro comienza con una pregunta que ya nos saca una sonrisa:
“¿Cómo estáis? ¿Estupendamente bien?”
Más que una frase hecha, es una verdadera invitación a escucharnos, a tomar conciencia de cómo llegamos ese día. A menudo alguien menciona alguna molestia —una cervical cargada, un lumbago traicionero, cansancio acumulado— y entonces ocurre algo admirable: ella transforma la sesión en una rutina pensada para aliviar, fortalecer y reconectar.
Adaptar una clase en tiempo real a las necesidades del grupo es una habilidad poco común. Requiere presencia, intuición y una profunda comprensión del cuerpo y la emoción. Y todo eso lo hace con una sonrisa, creando un ambiente amable, alegre y sin juicios.
Después de más de un año compartiendo clases, puedo decir con certeza que su don va más allá del pilates. Tiene la capacidad de sostenernos en el movimiento, en el esfuerzo, y también en lo emocional. Porque no solo salimos de clase más fuertes, también más livianos, más conectados y siempre, siempre, con mejor ánimo del que llegamos.
Gracias por cuidar de cada cuerpo y cada persona, cada día.
Autora: Montserrat Serramià
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Gracias Montse por tu escrito. Estas palabras nos motivan a seguir progresando.